domingo, 4 de julio de 2010

SUEÑOS

Los sueños... ¿Qué son los sueños en realidad? Pequeñas criaturas que juegan con el destino de las gentes, acurrucados junto a sus oídos mientras duermen, envolviendo agoreras patrañas en hermosas vestiduras de seda; como pequeños aliados que luchan de su lado en la guerra continua del día a día, procuran que todo parezca inocentemente temporal y el incauto, al fin, creyéndose a salvo de todo en su plácido encantamiento, sonríe.
Los sueños son traicioneros: Las gentes confían en ellos, en sus promesas de respuestas, pero no tienen; les regalan bruma en un bonito envoltorio, bruma que sólo confunde el entendimiento; son codiciosos, pues una vez se apoderan de una mente joven y ávida de sentimientos y experiencias fuera de su alcance, le agarran como la más potente de las drogas y esa mente ya no querrá cerrar nunca sus puertas. Encadenan a la Tranquilidad y al Descanso a un muro grande y poderoso y hacen que el deseo de derribarlo parezca tan inútil como absurdo. Son peligrosos: Nos ciegan hasta que un día el corazón se quita la venda y no nos reconoce... se le llenan los sentimientos de lágrimas y cansancio y poco a poco deja de amarnos.
Yo conozco a mis Sueños. Me engañaron durante toda una eternidad. Les tengo encerrados en lo más profundo de mi ya decrépita y anciana mente. Encontré a esas maldades arrastrando mis recuerdos por el barro, hasta que no quedó nada más que suciedad y el dolor de la culpa como un castigo sobre mi presente y retorcían con sus venenosas manos todas mis esperanzas de encontrarme en paz con mi alma cuando me despertase.
Si, yo conozco a mis Sueños. Y ahora desean abandonarme, pero estarán dentro de mí por eternidades de eternidades hasta que dejemos de odiarnos, hasta que mi corazón llore y por fin deje de amarnos.
Y descansaré sin soñar.
Pero, en realidad... son sólo sueños, ¿verdad?.

CREAR...

Cerré los ojos y centré mi mente en pensar, en inventar, en crear en definitiva. Cerré los ojos con fuerza y deseé volver a ser aquel a quien las gentes admiraban. Pero no hubo creación ni augurios de éxito.
Encendí las velas dando luz a la estancia, pretendiendo iluminar el camino que va desde lo más profundo de la imaginación hasta el filo de la pluma que acaricia lentamente las palabras y crea formas llenas de vida y fortaleza. Pero no fui capaz de formar esas figuras y desesperé por mi lentitud e ineficacia. Tiene que haber algo. Algo en lo profundo de mi ser espera a que sea capaz de darle voz. Lo sé. Lo deseo.
Ahora busco. Busco. Revuelvo mi cabeza buscando como quien busca en un viejo baúl, respuestas para el desasosiego. Las ideas más vacuas vienen y se van descartadas compadeciéndose de mi incapacidad para preñarlas de esencia. Y aun siendo consciente del límite invisible que me separa de mi parte creadora no cejo en mi intento de traer a mi mano las palabras que me hagan ser de nuevo uno y de retener a mi lado aquellas quimeras que tanto ansío. Aspiro a atrapar a una de ellas, sólo una de ellas, para acariciarla, para conocer hasta el último de sus secretos y construir con ellos pequeñas esquirlas de mi imaginación… Si tan sólo pudiera soñar, dejaría que mi ilusión viajase totalmente libre, sin ataduras a la realidad, sin estar dominado por la cotidianidad de un hombre colmado de convencionalismos; si pudiera ser capaz de no pensar, sólo dejarme llevar por mi fantasía...
Con mi mente cansada y sin aliento, apago las velas y deseo que sea la luz blanca y bella de la Luna la que me guíe y de nuevo cierro los ojos con fuerza deseando renacer de mi fracaso.
Viajé al pasado desconocido, al presente convulso, al futuro hostil y triste. Pretendí vivir historias inquietantes e increíbles. Lo quise tanto que por un momento sonreí y dejé de fustigar a mi imaginación para que gritara a los vientos aquello que escondía. Respiré profundo, como si no fuera a respirar nunca más y me olvidé de mi consciencia. Nada. Horas y horas de la más hermosa nada.
Y por fin escribo miles de impresiones, cientos de palabras que se agolpan desordenadamente en mis labios como queriendo lanzarse al vacío y volar lejos, rápido y plenos de sentimientos para llenar la mente de quien ame imaginar. Por fin escribo fragmentos de vidas empapadas en la tinta delicada de lo que nunca he vivido y nunca viviré, de lo que jamás intenté creer, de lo que deseo con todas mis fuerzas que no hubiera sucedido. Escribo… por fin.