miércoles, 19 de diciembre de 2012

LA SOMBRA DE MIS NOCHES


Vengarme será fácil…sólo tengo que decidir cuál de las formas sería más placentera, cómo podría sentirme más plena, más satisfecha…

Si; vengarme sería muy fácil, pero no haría desaparecer su sombra de mis noches. Partió mi alma y mi vida como si nada importara, ni alma, ni vida, nada, nunca. Rompió lo que quedaba de mi voluntad con sólo un suspiro, una orden susurrada al oído de un cobarde oculto tras un falso gesto de incondicionalidad, y le entregué lo mío, lo único que era realmente mío y que ya nunca volveré a sentir.
Me pidió silencio y paciencia; me limpiaba las lágrimas con dulzura mientras me acusaba de mentir, de odiar, de traicionar.

Y yo lo único que sentí fue desprecio y el pecho se me llenó de rencores y llantos de dolor oscuro y de anhelos de los venenos más terribles. Cómo ansiaba el valor para hacerlo, para traicionar a la que cada noche desde que recuerdo, me llamaba Hija, y que volcaba en mis sueños su verdad oculta y frustrada.

Llegué por casualidad a su casa; me acogió como novicia y llenó mi barriga y mi cabeza de libros, arte, de lo hermoso y lo importante, letras, números y qué hacer con todo ello. Me enseñó a ver a las personas más allá de cualquier vestimenta de cuerpo o de alma, y conocí lo que realmente hay detrás de las palabras y los actos.
Hasta el día en que todo cambió; el día en que empezó a matarme.

Día tras día me desnudaba y me acariciaba lentamente con sus manos sucias de impudicia y su hermosa y cálida mirada escrutando cada palmo de mi confuso y asqueado cuerpo, mientras rezaba a su Dios y me explicaba que todo aquello era bueno, que era el precio a pagar por las bendiciones con las que él me había concebido, por tenerla a ella como Madre, por simplemente ser.
Años después yo ya no lloraba. Decidí no darle ni siquiera una lágrima. Le prestaba mis sonrisas que ocultaban desprecio y le devolvía sus regalos con los besos obscenos que me demandaba entre oraciones y palabras impregnadas de pecados. Le entregaba gozos y suspiros travestidos de misticismo y pasión pía e inocente. Pero poco a poco aquello dejó de ser nuestro, dejó de ser íntimo para convertirse en algo aún más profundo, más inconcebible, más doloroso…

Comenzó a compartirme con otras manos lascivas y otras bocas pestilentes, otros cuerpos envueltos en ofensas, sudor y porquería, otros que me hacían yagas entre las piernas y en lo más profundo del corazón. Y ella miraba y rezaba y su compostura se desvanecía cuando gemía nombrando a Dios mientras los Padres, uno tras otro me perdonaban por ser quien prendía un fuego incontrolable en sus podridas mentes…

Y después de cada una de las tormentas, no había calma sino un frenético ansia por borrar de mí sus asquerosos olores, sus sabores salados y pegajosos, sus mares de sudor y simientes que me hacían recordar las lágrimas y los llantos que ella me había hecho enterrar tan profundo que me dolían los ojos y la garganta. Rápido…antes de que Madre regresase a mi celda para limpiar también mi alma y preparar mi sueño para purgar los pecados cometidos en pago a mi abundante dote de sapiencia y espiritualidad. Y mientras me refugiaba lentamente en mis pesadillas, ella me mecía, tan dulce, tan suave, tan hermosa, tan cruel…

Y un día todo cambió. Comenzó a crecer en mí la necesidad de parar, de poner fin a años de silencio y resignación, de dejar de ser la expiación de los pecados de los Padres y de Madre, dejar de odiar por dentro para poder vengarme por fuera. Por mí. Y por quien comenzaba a vivir en mis entrañas. Por aquel engendrado por el pecado y la vergüenza que crecía cada vez más fuerte alimentado por una sed inmensa del más brutal desagravio. El que por un instante me dio el calor que jamás había sentido, que recorría mi espalda y me abrazaba convirtiendo todo el hielo de mi corazón en un océano de sentimientos tan fuertes que no me dejaban ver, ni oír, ni tan siquiera respirar, que me espoleaban para no dejarme caer. El Hijo.

Madre lo supo. Y con una increíble dulzura me explicaba que el Hijo que llevaba en mis entrañas era malévolo; que mi odio infundado hacia todo lo correcto le convertirían en un inmundo pecado contra Dios; que al desear su vida, en realidad deseaba la muerte de los únicos que me habían amado; que el mismísimo Demonio me había preñado para reírse de ellos y que yo se lo había permitido; que la había traicionado por amar a mi Hijo más que a ella…Y quise huir...pero no pude.
Y me llevó desnuda y preñada ante los Padres, me secó delicadamente las lágrimas y le susurró al verdugo las palabras más tristes del mundo…y nos asesinó. El verdugo derramó en mi garganta la ponzoña que arrancó la vida de mi vientre y la humanidad de mi alma. El dolor que me hizo vomitar hiel y repugnancia despidió a todos mis recuerdos con abominables palabras, violentas y sentidas que salían de mi boca como si no hubiese ninguna otra forma de hablar. Me preparó para vengarme.

Sigo siendo su puta mientras cuento los rezos que me separan del momento en el que lleve a cabo mi revancha. Y les sonrío y les premio con los libidinosos besos que me exigen, acumulando veneno dulce que corroe mis entrañas otrora fértiles y que con cada empellón de mis violadores crece y crece hasta hacerme saborear la sangre de Madre cálida y podrida que manchará mis manos mañana, cuando revestida del orgullo y la riqueza que pagaron esos besos, le arranque el corazón y se lo enseñe antes de besarla por última vez.

Lo cierto es que su recuerdo no ha desaparecido de mis noches…pero mi sincera sonrisa ya no oculta desprecio…