jueves, 29 de julio de 2010

AGORAFOBIA

Su mundo estaba muy lejos de ser algo hermoso, pero ella ni siquiera se asomaba para mirar, pues estaba segura de que no había ni una pequeña fisura por donde se filtrase un ápice de contrariedad. Asumía que su vida era lo que vivía y con una pasmosa resignación, iba y venía sin plantearse nunca el porqué de sus idas y venidas, simplemente lo hacía. Era lo que en el fondo deseaba, hacer o no hacer, sin pensar, sin dudar, sin ver.
Aceptó que no había nada interesante más allá de un cercado que ella construyó alrededor de su persona, así guardaba como un tesoro de increíble valor, un pequeñísimo mundo dentro de una gruesa coraza de hierro, lejos de cualquier posibilidad de descubrir algo más allá de sí misma que tuviese un mínimo de sentido, un ínfimo rescoldo de lo que quizás algún día podría haber sido una erupción de vida, de historias y de sentimientos. Sonreía a su imagen en el espejo con expresión amable, como queriendo hacerse amiga de alguien a quien apenas conocía; tenía escondido en lo más profundo de su mente el terrible presentimiento de que en la bonita cadena de plata que mantenía su realidad bien sujeta a su presente, faltaban algunos eslabones, tantos, que hacían que, a veces, la cadena se tensase en demasía y quisiera asfixiarla.
Dejarla sin aire. Prohibirle respirar.
Un día el espejo no le devolvió la sonrisa de todas las mañanas. Un día el espejo se oscureció cuando la mujer que vivía en su interior, comenzó a burlarse de su ingenua mirada, de su ridícula expresión de persona resignada y convencida de una completa felicidad inexistente, de su estúpida sonrisa de sumisión a su propia inutilidad como ser humano pensante. Le miraba con asco desde el otro lado del espejo, gritándole con desprecio: “¡¡¿¿Qué has hecho con mi vida, puta??!!”
Ella lloraba con su cara desencajada por el pánico, buscando a su alrededor la ventana a la que jamás se quiso asomar, para salir de aquella pesadilla y volver a su refugio de no pensar, no dudar y no ver. Rompió el espejo deseando matar a la infame mujer que vivía dentro y todo era dolor a su alrededor, sangre caliente y cristales que abrían su carne buscando desesperadamente las venas que les llevarían hasta los fantasmas que guardaban celosamente la verdad de su mundo: Su irrealidad.
La sangre quemaba. Los cristales se hundían más y más. Los fantasmas se liberaron y la empujaban violentamente hacia el exterior de sí misma y ella sollozaba inútilmente paralizada por el miedo a caer en el vacío. Más allá no había nada. La mujer de dentro del espejo la agarró fuertemente del cuello y ella pensó que moriría asfixiada por su propia imagen. Se acercó tanto a su cara que pudo sentir su aliento frío besándola suavemente. De pronto los fantasmas, entre gemidos de dolor, la soltaron y regresaron.
Ahora oscuridad y silencio. La mujer del espejo parecía abatida y triste. Era una imagen desaliñada, sucia, desnuda y hambrienta que le pedía con la mirada rota un poco de luz y calor. Todo se había calmado por fin, todo volvía a ser como ella deseaba. Todo su pequeño mundo acurrucado entre algodones en lo profundo de la caverna de su mente, como el más preciado tesoro, guardado con celo a salvo de cualquier ápice de contrariedad.