viernes, 15 de octubre de 2010

El Ansia

A veces imagino historias que me gustaría vivir o que ojalá jamás tenga que vivir. Esas veces, mis imaginaciones son tan intrigantes y excitantes que me sumerjo en ellas y casi puedo tocarlas. Mi mente es como un río que se precipita montaña abajo desordenado y loco tras el deshielo y sólo logro detenerla cuando duermo.
En un mismo instante puedo encontrarme con los dioses del amanecer del hombre, con la mística seducción de un castillo, antiguo y poderoso, o con las edades y la paz de un bosque embrujado de sabiduría y magia. Viajo a siglos pasados que aguardan a ser completados por vivencias ficticias, amables o terribles; viajo a estancias que atesoran secretos de hombres, mujeres, sentimientos y sentidos, profundos como la noche o a flor de piel; siento caricias de sufrimientos y penas; siento abrazos de todo aquello que bulle en lo más hondo de mi oscuro corazón; siento todo lo hermoso o humano que puedo llegar a vislumbrar en mi fantasía.
A veces deseo ser capaz de imaginar más allá. Deseo conocer más todo aquello que nace de mi mente soñolienta. Quisiera ser capaz de excavar hondo y hondo en mi realidad, hasta que ya no fuese ahora, sino el momento y lugar en el que me recreo. Aunque me duela. Aunque paladee la maldad; la inconsistencia de una mente enferma; la existencia de la más profunda desesperanza; la injusticia de la condición austeramente humana del hombre… deseo sentirme allí y pasearme por los escenarios que voy creando pues me enamoro de lo que siento, de lo que veo, de lo que construyo. Deseo estar allí para entenderlo. Para entenderme. Para vivir más allá de mi vida.
Y cuando llego a mi presente, simplemente vivo esperando volver a imaginar y mientras espero, recuerdo sabores que jamás paladearé, olores que nunca podré oler y silencios en los que no podré descansar, porque en mi mundo no existen. Porque ya no existen. Los añoro mientras miro a mi alrededor, sopesando la ventaja de avanzar paso a paso a cambio de imaginar cada vez un poco menos y de olvidar cada vez un poco más aquello que me subyuga el corazón.
A veces quisiera dejar de imaginar. Me siento triste en mi mundo real y veloz. Me ahoga un vacío abatido por la lucha contra el olvido del devenir de la vida y persigo los muros de piedras antiguas y empapadas en historia, ciudad tras ciudad, como si fuesen capaces de contarme el secreto de cómo volver atrás, tan lejos como viejo es el mundo. Y las acaricio suavemente y el ansia de sentir la impronta que han dejado los años en ellas, me recorre el espinazo, y me duele verdaderamente el corazón pues es sólo una estúpida esperanza. El deseo inmaduro e irreal de retroceder en la historia, lejos de aplacar mis anhelos, echa más leña a un fuego que me quema la esperanza de sonreír complacido mientras vivo en otra era, lejos de aquí y ahora, lejos del aire pesado, del cielo quebradizo y la existencia hueca.
Pero miro por mi ventana y veo en lo que se ha transformado el mundo, repleto de monstruos que respiran humo gris, de calles envenenadas por máquinas sin belleza, de gentes que han olvidado reír… Y sé que de nada sirve desear. Sólo puedo refugiarme en aquello que me mata, aprender a aceptar el ansia que me tiraniza el ánimo y dejar de luchar contra mi imaginación. Aunque me duela.