lunes, 20 de septiembre de 2010

REENCARNACIÓN

Recuerdos. La cabeza me va a estallar. Necesito parar. Son historias sin sentido, que no he vivido, sé que no las he vivido... pero las recuerdo. Y las siento. Sí; necesito parar de pensar.
Alguien grita tan lejos de mí que apenas lo oigo como un susurro, pero noto el aliento de esas palabras cerca de mi nuca, un aliento dulce que recorre cada rincón de mi mente hasta convencerme de la presencia real de aquella voz; abriré los ojos y la reconoceré. La hermosa diosa me sonríe complacida. Me permite acariciar su rostro de alabastro y besar sus gentiles manos. Contemplo la calma y el sosiego en sus hombros, la belleza de un ser eterno sólo comparable con su propio poder. Admirarla en todo su esplendor, tan próximo a ella, me hace sentirla como parte de mí.
La voz vuelve a acariciar mi nuca: "Tu trabajo es del agrado del Faraón. Vete ahora, la Diosa te recompensará."
La Diosa de alabastro me mira y de pronto sus ojos se vuelven rojos como de carbones encendidos. Toda la ira del universo estalla como un enorme volcán, el calor me abrasa la piel, apenas puedo respirar. Levanto la vista hacia la Diosa suplicando clemencia. Una turba enloquecida me escupe, me arrojan piedras, me gritan: "¡¡A la hoguera!! ¡¡Herejía!!"
El fuego ha comenzado a alimentarse de mis harapos. Ni siquiera puedo gritar de dolor, todos mis sentidos están paralizados. Frente a mí, unos hombres hablan a las gentes mostrándoles unos legajos de pergamino, me miran, me señalan, la multitud se encoleriza contra mí y los legajos acaban a mis pies, atizando el fuego que acabará devorándonos.
Una voz refresca mi nuca: "Tu trabajo es del agrado del Faraón. Vete ahora, la Diosa te recompensará."
Calma y sosiego. Reconfortante descanso. Temo abrir los ojos; tal vez sólo sea ceniza. Noto un sabor agradable en la boca. Abro los ojos y veo ante mí una copa de vino tinto. En la estancia sólo hay un piano de cola. Cientos de partituras tapizan el suelo y unas cuantas velas dibujan melancólicas mi figura y la de mi copa de vino en la desnuda pared. Las notas del piano se han quedado solas, tristes, mudas, no se oirá más la belleza de su música.
Me siento en el suelo con dificultad y leo partitura tras partitura deleitándome en el recuerdo.
Una familiar y dulce voz me susurra al oído: "Tu trabajo es del agrado del Faraón. Vuelve ahora, recibirás tu recompensa."
Recuerdo mi destino, el que el Faraón me regaló: Imaginar, crear, construir. En el fondo de mi alma resuena el eco de aquella voz y se que siempre volveré a escucharla hasta el día que al fin regrese al lado de mi Diosa de alabastro y pueda contemplarla una última vez, sonriendo complacida.