jueves, 15 de julio de 2010

LA TRISTE JAULA

Un hombre se lamenta en silencio pues le duele en el fondo de su corazón el amor que le une a su dulce luz en la oscuridad.
Un hombre se esconde como el Sol tras el mar y con él se encierra en una quejumbrosa jaula cubierta de herrumbre a salvo de las miradas curiosas de las Estrellas, el séquito de la Señora de la Noche, esas que entre estridentes risas le cuentan a ella los secretos que jamás deberían salir de la mente de ese hombre que retuerce su alma, desnudo, en el más oscuro rincón de un sórdido sótano.
Él mira a través de los barrotes que desafían su ansia de volar y observa confuso el blanco y hermoso rostro de la Luna; esa amante dura y dulce, fría y arrolladora que torna la calma en tempestad, que transforma al humano en el animal al que ama desde su altivo trono. Esa que convierte al Hombre en el Lobo.
Ella maldice al Sol que se lo lleva cada día cuando él, saciado de sangre y libre de Humanidad vuelve a su oscuridad. Le oye gritar de dolor. Culpa al que le roba la vida de subyugar el corazón del Lobo y atarle cruelmente a una cárcel que no existe más que para sí mismo.
El hombre llora de nuevo acurrucado en su jaula herrumbrosa observando su vergonzante desnudez.
El hombre ansía de nuevo sentirse amado por la Luna, sentir el poderoso olor de la tierra, saborear en terror que sus ojos infunden en el alma de todo aquel que respira, pero sabe que el tiempo debe pasear su elegante y lento caminar por su día hasta que el hiriente y envidioso Sol decida esconderse a llorar por el hombre que no le ama.
Y cuando el hombre comience a sentir aquel dolor inmenso, sonreirá en su agónica transformación, vislumbrando entre los odiados barrotes a su dulce luz en la oscuridad.